LA VIDA
No era la primera vez que Verónica volvía loco a un hombre, cerca a Montpellier ya había ocurrido. Un verano, hace tiempo ya.
Verónica y Lucía habían viajado desde Granada a trabajar en la hacienda de un tal Phillipe Baroin, quien compartía con ellas un amigo en común a través del cual consiguieron el trabajo. El tal Phillipe estaba unido por matrimonio a una catalana que se llamaba María Vela, la cual había nacido en Andalucía, aunque se crió en Barcelona y ya mayorcita fue llevada a Francia para recibir educación universitaria. En las aulas de las universidades parisinas conoció a Phillipe, quien por ese entonces era un estudiante maravillado con el esplendor de la primavera del sesenta y ocho, y con aquella generación que se reunía para planear como poner banderas roji - negras en el arco del triunfo, y en como destruir el statu quo. Un revolucionario pensará usted, pero no, Phillipe siempre fue totalmente incapaz de separarse del estilo de vida burguesa que le sostenían sus padres, quienes pagaban la renta de un bello apartamento con terraza que daba contra el Sena, y otras comodidades y lujos que hacían que su discurso no fuera más que una muy buena herramienta para llevar a sus amigas izquierdosas a la cama (o al sofá, o directamente en el suelo) .
Este discurso no funcionaba con María, a quien le repugnaba esas ideas, así como todos aquellos que se dedicaban a hacer arengas de estertor plebeyo exclamando igualdad, pues le recordaba el dolor sufrido por su familia, y el odio por su abuelo, un anarquista muerto en la guerra civil que solo dejó vergüenza al padre de María (militante del PP y radioescucha furibundo de la cadena Cope), quien bajo el gobierno del glorioso caudillo vivió con el réprobo de los crímenes de su padre. Por esta razón el padre de María se dedicó en vida a borrar de su nombre la mancha que le significó ser hijo de un rojo, llevando siempre al amado caudillo cerca de su corazón y confesándose en la iglesia dos veces al día; siempre rezó para que Dios apartara de María, su única hija, aquel estigma embarazoso. Así, podemos subrayar que es un total misterio la forma como estos dos seres, en principio tan separados ideológicamente, terminaron envueltos en una trama amorosa, y no hay hipótesis claras que merezcan ser escritas y sustentadas en este libro. Ya de como esta relación se pudo sostener con el paso del tiempo, se explica al observar el temperamento dominante de Doña María Vela, y la naturaleza bonachona unida a la falta de carácter de Don Phillipe Baroin.
María, o Mari-Je como preferían llamarla Verónica y Lucia, en lo que llevaba de vida había dado a luz a dos niños, o jóvenes, o personas. La menor era la petite Marie, quien tenía catorce años y solía pasar el tiempo dibujando corazones en un cuadernito rosado en cuya portada aparecían motivos de Hello Kitty y Badtz-Maru, y cuyo interior contaba con líneas horizontales color pastel que le permitían escribir sus pendejadas sin que se le torciera la letra. La petite Marie, había nacido normal, si es que a alguien se le puede tildar de tal calumnia, tenía sus dos bracitos, sus dos ojitos, sus dos piernecitas, sus dos pechitos que se iban desarrollando, a medida que sus ovarios iban liberando mas y mas estrógenos en el torrente sanguíneo, también tenía un ombliguito en medio de su cuerpo, un sistema psicomotriz que cumplía muy bien sus objetivos, y un nivel cognitivo estándar (de manera prematura sus padres y allegados vislumbraron que ni encontraría la cura contra el cáncer, ni sería la primera persona en poner pie en Marte, pero se conformaron al verla sumar y restar). Sin embargo, su auto-estima estaba hecha una mierda, dañando, averiado, roto, o como quieran llamarle; meses atrás se había mirado en el espejo y se había puesto a llorar, decía que tenía unas orejas increíblemente grandes y horribles, lo cual la condujo a entrar en una depresión concienzuda y lacrimal que la llevaba a vomitar tres veces al día y a hacer extraños dibujos en la superficie empañada del espejo del cuarto de baño, luego de su ducha matinal.
Mari-Je, temerosa de la salud mental de su hija, ocultaba todo objeto corto-punzante que se encontrara en su camino, temiendo el uso que la petite Marie podría darle sobre sus blancas y delicadas muñequitas, por eso los cuchillos de la cocina eran guardados en cajones con llave, cajones que daban problemas a Phillipe cada vez que deseaba abrir un pan para verterle aceite de oliva, unas cuantas tiras finas de jamón de cerdo ibérico, y un buen pedazo de queso Gouda. Por esta razón, Phillipe irritado le reclamo en tono sosegado a Mari-je; agitando levemente su mano izquierda mientras con un bello gesto de ojos le hacía énfasis de que estaba harto de que le escondiera los putos cuchillos; Mari-Je, quien como ya dijimos detestaba todo lo relacionado con la izquierda , y quien desde hacia tiempo atrás comprendía del significado de aquel gesto de ojos; decidió ponerle en su lugar y quitarle lo machito, por eso alzó su voz y levantó el dedo índice, para que así fuera quedando claro quién mandaba, y acto seguido, le exigió que llevara a su criatura al psicoanalísta antes de emprender cualquier preparación culinaria, llámese bocata, pan amb tomaque, sandwich, o como le quisiera llamar él. Finalmente, al ver que Philipe tomaba aliento para contestar, decidió abrir de manera inmensa sus ojos y gritar "a tomar po'el culo!". Aquella noche Philipe fue al sofá sin cenar, al principio medito sobre la ineficacia del método mayéutico para persuadir a su mujer, y luego, en el hecho de que así su voluntad fuera la de ir de inmediato a buscar un psicoanalista, a esa hora le hubiera sido totalmente imposible encontrar uno disponible, pues por lo general a las diez de la noche las personas decentes se encuentran dentro de las cobijas de sus camas con la dicha de haber cenado; todo esto lo llevo a concluir que María cometía excesos sobre él. Sin embargo, a la mañana siguiente a pesar de todas sus reflexiones y la molestia en la espalda, Phillipe había olvidado la razón de su enfado.
De esta manera, la petite Marie fue llevada a tratamiento psicoanalítico durante ocho semanas (algo así como unos cinco mil euros) en las cuales habló de sus mini-tragedias y sus mini-angustias con un poco afamado psicólogo. Este la escuchaba con un pedófilo placer que lo llevo a auscultar mas de lo debido (evadiendo su psiquis para examinar aspectos más físicos que no deseo mencionar), estudio que lo llevo a una conclusión amañada, producto del temor producido por la trasgresión de los principios éticos de la relación médico paciente; recomendó realizar pronto la cirugía a la petite Marie, con un posterior seguimiento a la evolución de su caso, lo cual fue aprovechado por ella para insinuar que igualmente se sentía mal con su nariz, insinuación que encontró eco inmediato en su madre quien ordenó recortar y respingar la nariz de la nena a la usanza de Paris Hilton. La petite Marie al ver la celeridad con la que cedían sus padres ante su voluntad, insinuó algo sobre sus pómulos, a lo cual reaccionó Phillipe de manera impecable, evitando de entrada cualquier consideración a esta propuesta, haciendo gala de un derroche de mano fuerte (posteriormente alardeo de esto con sus amigos mientras tomaba una copa de vino, cerveza no, Marie-je no soportaba su olor). Luego de haber sido dada de alta de aquella clínica estética, la petite Marie duraba horas y horas tirada en el suelo con su cabecita envuelta en un blanco vendaje que cubría la recuperación de sus cicatrices, que mantenía lejos de luz del sol mientras hacía expirar de manera sistémica bolígrafo tras bolígrafo en trazos curvilíneos perpetuos que jamás la pudieron llevar a la creación de un corazón perfecto, fiel señal de un rasgo compulsivo que le negaría a la petite Marie la oportunidad de conocer el amor.
Sería realmente placentero continuar relatando la historia de la petite Marie y hablar de su futuro, de sus posteriores visitas al psicoanalista, de cómo supo que ya había perdido su virginidad, de cómo logro sobrevivir luego de la muerte de su hermano, de cómo fue perdiendo su hermosa silueta pareciéndose cada vez mas a su madre, y finalmente, de cómo la muerte la encontró y la dejo en un frio sepulcro donde cada domingo, por quince años, siempre alguien puso de manera misteriosa una flor. Sin embargo, de continuar con su historia sería imposible hablar de Sebastián, el hijo mayor de Mari-Je, un niño encerrado en el cuerpo de un hombre, que digo hombre, en un adonis de rasgos visigodos, un pequeño Apolo de cabellos rubios y ojos de un azul tan pero tan profundo como el mismo Mediterráneo, que digo Mediterráneo, el mismo Adriático, que digo Adriático, si es que parecía que el mismo Neptuno hubiera encerrado allí toda la esencia del océano antes de sucumbir a la ira cristiana, que hizo añicos sus fabulosos templos y asesino de manera sistémica todos sus avatares. Es por esto, que sin razón alguna sus ojos resquebrajaban voluntades y producían rubores, pequeños gemidos y sobresaltos clitoriános en las féminas desprevenidas al que el muchacho tenía el honor de observar. Igualmente, su hermosa piel canela, que se encontraba distribuida en firmes secciones de envidiable tono muscular, terminaba provocando una tentación similar a la ejercida por un trozo de chocolate, aquella intención palpable de llevarlo a la boca, y no de triturarlo entre los dientes de manera tosca y grosera, no, sino de presionarlo entre el paladar y la lengua para derretirlo con la temperatura del cuerpo, permitiendo que su néctar corriera libremente por la garganta llenando, saturando, inundando, y colmando el alma de placer.
Y eso fue mas o menos lo que se suscito en Verónica (quien comentó que aunque no describiría su sensación de la misma forma, estaba conforme con lo de los pálpitos clitoriános), y solo en ella, pues Lucia padecía de una terrible miopía que le impedía ver una imagen clara a mas de 50 centímetros de distancia, no del todo mal, pues esta característica le incrementó su sensibilidad a los olores, lo cual la llevaba a precipitarse sobre todo macho de fragancia excitante, así se hizo fiel creyente que el olor era una expresión química del cuerpo, la cual podía denotar su estado de salud e intuir el tamaño de su billetera o cuando menos algo de su higiene personal (ella mostraba una gran preferencia por aquellos hombres con la fragancia Live Jazz de Yves Saint Laurent, pero eso es un tema que abordaremos luego). Entonces, Verónica decidió diseñar una estrategia basada en lenguaje corporal que consistía en enviar una serie de miradas esquivas (algo conocido en la práctica como mirar sin mirar) acompañadas de sonrisas coquetas, y de un delicado y elaborado juego corporal que consiste en dar movilidad al cabello usando solo el dedo índice de la mano izquierda, mientras se muerde de manera sutil y delicada el labio inferior, abriendo paso a un rápido movimiento de la lengua sobre el mismo punto donde antes estaban los dientes, todo esto manteniendo erguida la espalda de forma que los pezones de sus senos marquen un ángulo de 23 grados respecto al suelo (que como ya sabemos, el número 23 tiene implicaciones cabalísticas que aunque Verónica ignoraba, llegaba a utilizarlas de manera instintiva).
Lamentablemente la táctica no funcionó, Sebastián no dejaba de ser un niño (encerrado en cuerpo de hombre, pero niño al fin de cuentas), por lo cual Verónica decidió ir directamente a decirle que Lucia y ella irían en la noche al pueblo a tomar algo, y que a ambas les encantaría contar con su amable presencia. El muchacho acepto sin dilaciones (es más, se podría decir que se precipito en su respuesta). Ya en la noche Verónica lo hizo blanco de constantes rondas de cerveza que obligaron a Sebastián a buscar un descampado, para poder alivianar la presión de su vejiga, Verónica lo siguió en silencio, y cuando Sebastián se encontraba en plena tarea fisiológica, se aproximó por su espalda, tomándolo del pene mientras doblaba su lengua bajo el paladar, y produciendo un sonido que se podría escribir como: shhhhh...! Sebastián, quien estaba familiarizado con el sonido, pues él mismo le hacía así a los caballos para calmarlos, se sorprendió al ver como él, sin ser un caballo, se iba calmando mientras Verónica, con su pene en la mano, esperaba con paciencia que terminara de arrojar la orina, para luego sacudírselo, y así extraer las últimas gotas. Sin embargo, aquella sacudida fue convirtiéndose en un acto de masturbación, que fue dejando el pene de Sebastián Baroin erecto, tras lo cual ella se inclinó, introduciéndose el falo en su boca. La excitación dobló de manera inexplicable las rodillas de Sebastián, quien se fue tumbando poco a poco, lejos del charco de orines que había dejado, y una vez cayó al suelo, Verónica se le arrojó encima para follárselo y montarlo como si fuera un caballo, y él se sentía como eso, como un caballo. Sebastián llegó al orgasmo a la brevedad.
Al siguiente día Verónica se levanto y preparo sus cereales con miel y leche, y como siempre salió a la puerta para observar el horizonte cubierto de duraznos, los cuales le daban al entorno un ambiente de felicidad, pero no de una felicidad verdadera, sino una felicidad vacía, vacía como ella, una felicidad hueca, como un recipiente que no guarda nada, solo un interior oscuro donde se acumula el polvo, y donde las arañas se ocultan para emboscar a los insectos, que deciden explorar curiosos aquellos rincones olvidados. Entonces son sorprendidos y envueltos en una fina seda que los inmoviliza ,y luego sienten como un par de puñales los atraviesa, puñales que no son puñales, sino mas bien jeringas, o bueno, quelíceros, que los penetra y se quedan ahí, en lo hondo de sus viseras, para inocular una mortal sustancia que empieza a deshacer su interior. Así, la araña los va succionando poco a poco, hasta dejar solo el exterior acorazado, que se irá descomponiendo muy lentamente, yaciendo casi toda la eternidad como un recipiente vacío, roto, derruido, contenido en otro recipiente ya no vacío, pues se ha ido llenando de cadáveres de todos aquellos que entraron a aquel sitio con la esperanza de descubrir algo, o alguien; un terrorífico museo de la muerte, como si la vida hubiera ido dejando cicatrices cada vez que deseó adueñarse de aquel sitio. Así como ella, que la noche anterior había tomado a Sebastián y le había arrancado de una buena vez esa puta inocencia que lo hacía especial, le hizo una herida honda y profunda en su corazón, una marca que llevaría de por vida, un cicatriz que recordaría por siempre, siempre que estuviera con una mujer, siempre que alguien se la chupara, siempre que le diera ganas de follar, siempre, siempre la recordaría a ella en algún sitio cercano de Montpellier, ella se había tragado su ingenuidad, se la había comido, lo había hecho un cadáver, un cadáver que se había llevado dentro de ella, otro cadáver, un recipiente vacío dentro de otro recipiente vacío... o bueno, ya no tan vacío, llena de semen, semen que se aferraría al ectodermo de su útero y buscaría la forma de vivir en su interior, pero no lo lograría y a final del mes sería expulsado con la sangre de su menstruación, para dejar de nuevo vacío aquel recipiente, y a ella en búsqueda de más semen para poderlo llenar... Si en ese momento Verónica hubiera tenido un cigarrillo hubiera fumado, pero desafortunadamente había hecho la promesa que lo iba a dejar, así que llamo a Lucia para que se fueran a trabajar, quiso gritarle pero jamás le gritaría a Lucia, a Lucía jamás.
Esa misma mañana, cuando Sebastián fue a buscarla, ella intento decirle que no hacía falta, que ya todo había pasado y que lo mejor era que se olvidara de todo, que como si nada hubiera ocurrido; cosa que el muchacho no parecía entender muy bien. Por esta razón, Verónica en su francés, le dijo que lo de ellos había sido solo un polvo, y que lo mejor era que se fuera olvidando de ella de una buena vez porque no le quería volver a ver. El muchacho que sonreía (clara evidencia de que : o el muchacho era un poco obtuso, o que el francés de Verónica no servía para una mierda), lanzo delicadamente un brazo para rodearle la cintura, acercarla a él, y darle un beso; acto que obligó a Verónica a usar lo más fino y selecto de su diplomacia española: "No, coño! que me sueltes y me dejes en paz, vete a la mierda!” esto acompañado de una mirada loca que incitaba a un miedo primitivo, suscitado también por la yugular inflamada y esas manos que se agitaban de manera convulsa.
De esa forma, Verónica observo, sin sentimiento de piedad alguno, como ese niño encerrado en cuerpo de hombre se desgarraba en un llanto lastimero. En ese instante no se inmuto, ni siquiera reflexiono sobre el destino que tendría aquella hermosa criatura, la cual caminaba hacia su motocicleta como quien parte tras su destino. Así, se fue perdiendo en el polvo que iba levantando su paso, con aquel estertor típico de un motor de comprensión y combustión en dos tiempos, y que ella por ignorante jamás llego a comprender. Verónica jamás supo a donde fue a parar ese mocoso inmaduro, obviamente no fue nunca tras de él, sobre todo por temor a terminar besando sus mejillas y secando sus lágrimas , por temor de llegar al punto de llorar con él, y abrazarlo queriendo perpetuar ese instante eternamente; por temor a enamorarse, pero no por pasión, sino por ese puto instinto maternal que aflora a menudo en las mujeres, llevándola a mentirse a sí misma, diciéndose que su vacío había sido llenado, que ya no tendría que huir mas del vértigo, que ya todo había pasado, que sus miedos, que su terror había perecido, que él haría de todo el universo un lugar feliz para ella. Y así, años después se daría cuenta que todo había sido un engaño, que sus nauseas continuaban ahí, que Sebastián, a pesar del paso del tiempo, continuaba siendo un imbécil, dependiente, sumiso, estúpido, no! Eso no! Era preferible hacer sufrir a Sebastián, que supiera lo que es ser hombre, que llorara hasta secarse, que aprendiera que es la soledad, que entendiera que era la libertad, que sufriera, y que comprendiera que son los golpes los que forjan el acero, eso era lo que iba a hacer ella, darle un buen golpe para que se endureciera, para que sobreviviera, para que tuviera fuerza de espíritu, y cautivara no solo por su cara de niña y su cuerpo de Adonis, sino por ser un hombre a cabalidad, un guerrero, un maldito héroe.... En fin, ella ignoraba que su mierda pedagógica iba a costar una vida.
¿A donde van las almas de las adolecentes suicidas? Si no hay cielo, ni infierno, ni ángeles...si ni siquiera existe la nada, pues si la nada existiera sería algo... ¿Será acaso realidad la existencia del alma? ¿O será tan solo un nombre misterioso para el incomprendido fenómeno de la conciencia? Si fuera así, el alma no sería mas que impulsos eléctricos que en ocasiones generan diminutos campos magnéticos que producen la memoria o la sensación de vacío, la no existencia, la angustia que nos lleva a preguntarnos de dónde venimos, quienes somos, y para donde vamos; este vacío o angustia, nos obliga a tomar uno de dos caminos para poder sobrevivirle : El de la fe, donde el destino y los designios místicos guían a los seres (llevándolos en ocasiones a la negación de la libertad y junto a ello a la vida misma). O el camino de la razón, donde solo hay actos y consecuencias, muchas preguntas sin respuestas (y muchas respuestas para preguntas sin importancia), donde los dioses han muerto, y la desesperanza es acogida como la vida misma.
A pesar de todo, ninguno de estos dos caminos es capaz de evitar, a cabalidad, que en numerosas ocasiones la sensación de angustia supere al instinto de supervivencia, es por eso que en las calles, en colinas, y entre duraznos, de cuando en vez se ve caminar adolescentes con sogas anudadas en la mano, buscando ramas que les permitan exterminar la angustia que los desespera. Apagar aquella chispa que brincaba entre sus neuronas, y que les permitía buscar entre laberintos y callejones, los lugares donde guardaban sus sueños y sus ideas, chispa que a su vez le produce aquella terrible desesperanza al ver como caen incendiados aquellos castillos de ilusiones que llegó a imaginarse, y que se niega a aceptar como inexistentes, inmateriales "Primero la muerte!", se dicen "Primero la muerte".
Ahora, no sé si Sebastián se desprendió de aquel dolor, o si en cambio su alma camina ahora maldita por los senderos del purgatorio. Lo que sí sé es que la soga que utilizo no rompió aquella vertebra llamada Atlas dándole una muerte rápida; en cambio, el nudo mal hecho bloqueo el torrente sanguíneo hacia su cabeza, obstruyendo la llegada de oxigeno al cerebro, aplastando a su vez la tráquea y provocando una entrada ineficiente de aire a los pulmones. Esto es grave, por el hecho que somos organismos heterótrofos que necesitan oxígeno para poder transformar en metabolitos y energía el alimento que consumimos. Al no haber oxígeno, gran cantidad de rutas metabólicas quedan bloqueadas y se propicia la incapacidad de las mitocondrias para proporcionar energía; lo cual conlleva a la muerte celular. Así, todo aquel sistema autopoyético, que hacía del cuerpo del aquel bello suicida un organismo funcional, y que estaba conformado de órganos y tejidos para tal fin, fue colapsando uno a uno hasta dejarlo totalmente inservible, eso es lo que conocemos como la muerte. Esto significa terror y dolor evidenciado por la posición de sus manos al ser bajado de aquel durazno. Al morir, un ejército de microbios, hongos, plantas y animales, buscaron utilizar aquel cuerpo inerme como fuente de recursos para perpetuarse durante la eternidad. Así, aquella chispa que junto con sus neuronas, sus riñones, su hígado, sus intestinos, y sus sueños y sus ideas, y todo lo bueno y todo lo malo, terminó siendo alimento para otros seres y otras formas, terminó siendo parte de otras vidas; Sebastián Baroin fue disociado y reducido a su más mínima expresión, haciendo imposible que esos trozos de proteínas, azúcares y lípidos puedan organizarse en lo que otro día lograron hacer, en aquel hermoso Apolo con el azul del océano en sus ojos, que producía orgasmos a su paso y que en su pecho cargaba un frágil e incomprendido corazón. Es por eso que me atrevería a decir entonces, que las “almas” de los adolecentes suicidas no van a ningún lado, tan solo son transformadas, y permanecerán con nosotros por siempre, en ocasiones haciendo parte de nosotros mismos, o en otras haciendo parte de las cosas que nos rodean, he ahí lo hermoso de la vida.
No era la primera vez que Verónica volvía loco a un hombre, cerca a Montpellier ya había ocurrido. Un verano, hace tiempo ya.
Verónica y Lucía habían viajado desde Granada a trabajar en la hacienda de un tal Phillipe Baroin, quien compartía con ellas un amigo en común a través del cual consiguieron el trabajo. El tal Phillipe estaba unido por matrimonio a una catalana que se llamaba María Vela, la cual había nacido en Andalucía, aunque se crió en Barcelona y ya mayorcita fue llevada a Francia para recibir educación universitaria. En las aulas de las universidades parisinas conoció a Phillipe, quien por ese entonces era un estudiante maravillado con el esplendor de la primavera del sesenta y ocho, y con aquella generación que se reunía para planear como poner banderas roji - negras en el arco del triunfo, y en como destruir el statu quo. Un revolucionario pensará usted, pero no, Phillipe siempre fue totalmente incapaz de separarse del estilo de vida burguesa que le sostenían sus padres, quienes pagaban la renta de un bello apartamento con terraza que daba contra el Sena, y otras comodidades y lujos que hacían que su discurso no fuera más que una muy buena herramienta para llevar a sus amigas izquierdosas a la cama (o al sofá, o directamente en el suelo) .
Este discurso no funcionaba con María, a quien le repugnaba esas ideas, así como todos aquellos que se dedicaban a hacer arengas de estertor plebeyo exclamando igualdad, pues le recordaba el dolor sufrido por su familia, y el odio por su abuelo, un anarquista muerto en la guerra civil que solo dejó vergüenza al padre de María (militante del PP y radioescucha furibundo de la cadena Cope), quien bajo el gobierno del glorioso caudillo vivió con el réprobo de los crímenes de su padre. Por esta razón el padre de María se dedicó en vida a borrar de su nombre la mancha que le significó ser hijo de un rojo, llevando siempre al amado caudillo cerca de su corazón y confesándose en la iglesia dos veces al día; siempre rezó para que Dios apartara de María, su única hija, aquel estigma embarazoso. Así, podemos subrayar que es un total misterio la forma como estos dos seres, en principio tan separados ideológicamente, terminaron envueltos en una trama amorosa, y no hay hipótesis claras que merezcan ser escritas y sustentadas en este libro. Ya de como esta relación se pudo sostener con el paso del tiempo, se explica al observar el temperamento dominante de Doña María Vela, y la naturaleza bonachona unida a la falta de carácter de Don Phillipe Baroin.
María, o Mari-Je como preferían llamarla Verónica y Lucia, en lo que llevaba de vida había dado a luz a dos niños, o jóvenes, o personas. La menor era la petite Marie, quien tenía catorce años y solía pasar el tiempo dibujando corazones en un cuadernito rosado en cuya portada aparecían motivos de Hello Kitty y Badtz-Maru, y cuyo interior contaba con líneas horizontales color pastel que le permitían escribir sus pendejadas sin que se le torciera la letra. La petite Marie, había nacido normal, si es que a alguien se le puede tildar de tal calumnia, tenía sus dos bracitos, sus dos ojitos, sus dos piernecitas, sus dos pechitos que se iban desarrollando, a medida que sus ovarios iban liberando mas y mas estrógenos en el torrente sanguíneo, también tenía un ombliguito en medio de su cuerpo, un sistema psicomotriz que cumplía muy bien sus objetivos, y un nivel cognitivo estándar (de manera prematura sus padres y allegados vislumbraron que ni encontraría la cura contra el cáncer, ni sería la primera persona en poner pie en Marte, pero se conformaron al verla sumar y restar). Sin embargo, su auto-estima estaba hecha una mierda, dañando, averiado, roto, o como quieran llamarle; meses atrás se había mirado en el espejo y se había puesto a llorar, decía que tenía unas orejas increíblemente grandes y horribles, lo cual la condujo a entrar en una depresión concienzuda y lacrimal que la llevaba a vomitar tres veces al día y a hacer extraños dibujos en la superficie empañada del espejo del cuarto de baño, luego de su ducha matinal.
Mari-Je, temerosa de la salud mental de su hija, ocultaba todo objeto corto-punzante que se encontrara en su camino, temiendo el uso que la petite Marie podría darle sobre sus blancas y delicadas muñequitas, por eso los cuchillos de la cocina eran guardados en cajones con llave, cajones que daban problemas a Phillipe cada vez que deseaba abrir un pan para verterle aceite de oliva, unas cuantas tiras finas de jamón de cerdo ibérico, y un buen pedazo de queso Gouda. Por esta razón, Phillipe irritado le reclamo en tono sosegado a Mari-je; agitando levemente su mano izquierda mientras con un bello gesto de ojos le hacía énfasis de que estaba harto de que le escondiera los putos cuchillos; Mari-Je, quien como ya dijimos detestaba todo lo relacionado con la izquierda , y quien desde hacia tiempo atrás comprendía del significado de aquel gesto de ojos; decidió ponerle en su lugar y quitarle lo machito, por eso alzó su voz y levantó el dedo índice, para que así fuera quedando claro quién mandaba, y acto seguido, le exigió que llevara a su criatura al psicoanalísta antes de emprender cualquier preparación culinaria, llámese bocata, pan amb tomaque, sandwich, o como le quisiera llamar él. Finalmente, al ver que Philipe tomaba aliento para contestar, decidió abrir de manera inmensa sus ojos y gritar "a tomar po'el culo!". Aquella noche Philipe fue al sofá sin cenar, al principio medito sobre la ineficacia del método mayéutico para persuadir a su mujer, y luego, en el hecho de que así su voluntad fuera la de ir de inmediato a buscar un psicoanalista, a esa hora le hubiera sido totalmente imposible encontrar uno disponible, pues por lo general a las diez de la noche las personas decentes se encuentran dentro de las cobijas de sus camas con la dicha de haber cenado; todo esto lo llevo a concluir que María cometía excesos sobre él. Sin embargo, a la mañana siguiente a pesar de todas sus reflexiones y la molestia en la espalda, Phillipe había olvidado la razón de su enfado.
De esta manera, la petite Marie fue llevada a tratamiento psicoanalítico durante ocho semanas (algo así como unos cinco mil euros) en las cuales habló de sus mini-tragedias y sus mini-angustias con un poco afamado psicólogo. Este la escuchaba con un pedófilo placer que lo llevo a auscultar mas de lo debido (evadiendo su psiquis para examinar aspectos más físicos que no deseo mencionar), estudio que lo llevo a una conclusión amañada, producto del temor producido por la trasgresión de los principios éticos de la relación médico paciente; recomendó realizar pronto la cirugía a la petite Marie, con un posterior seguimiento a la evolución de su caso, lo cual fue aprovechado por ella para insinuar que igualmente se sentía mal con su nariz, insinuación que encontró eco inmediato en su madre quien ordenó recortar y respingar la nariz de la nena a la usanza de Paris Hilton. La petite Marie al ver la celeridad con la que cedían sus padres ante su voluntad, insinuó algo sobre sus pómulos, a lo cual reaccionó Phillipe de manera impecable, evitando de entrada cualquier consideración a esta propuesta, haciendo gala de un derroche de mano fuerte (posteriormente alardeo de esto con sus amigos mientras tomaba una copa de vino, cerveza no, Marie-je no soportaba su olor). Luego de haber sido dada de alta de aquella clínica estética, la petite Marie duraba horas y horas tirada en el suelo con su cabecita envuelta en un blanco vendaje que cubría la recuperación de sus cicatrices, que mantenía lejos de luz del sol mientras hacía expirar de manera sistémica bolígrafo tras bolígrafo en trazos curvilíneos perpetuos que jamás la pudieron llevar a la creación de un corazón perfecto, fiel señal de un rasgo compulsivo que le negaría a la petite Marie la oportunidad de conocer el amor.
Sería realmente placentero continuar relatando la historia de la petite Marie y hablar de su futuro, de sus posteriores visitas al psicoanalista, de cómo supo que ya había perdido su virginidad, de cómo logro sobrevivir luego de la muerte de su hermano, de cómo fue perdiendo su hermosa silueta pareciéndose cada vez mas a su madre, y finalmente, de cómo la muerte la encontró y la dejo en un frio sepulcro donde cada domingo, por quince años, siempre alguien puso de manera misteriosa una flor. Sin embargo, de continuar con su historia sería imposible hablar de Sebastián, el hijo mayor de Mari-Je, un niño encerrado en el cuerpo de un hombre, que digo hombre, en un adonis de rasgos visigodos, un pequeño Apolo de cabellos rubios y ojos de un azul tan pero tan profundo como el mismo Mediterráneo, que digo Mediterráneo, el mismo Adriático, que digo Adriático, si es que parecía que el mismo Neptuno hubiera encerrado allí toda la esencia del océano antes de sucumbir a la ira cristiana, que hizo añicos sus fabulosos templos y asesino de manera sistémica todos sus avatares. Es por esto, que sin razón alguna sus ojos resquebrajaban voluntades y producían rubores, pequeños gemidos y sobresaltos clitoriános en las féminas desprevenidas al que el muchacho tenía el honor de observar. Igualmente, su hermosa piel canela, que se encontraba distribuida en firmes secciones de envidiable tono muscular, terminaba provocando una tentación similar a la ejercida por un trozo de chocolate, aquella intención palpable de llevarlo a la boca, y no de triturarlo entre los dientes de manera tosca y grosera, no, sino de presionarlo entre el paladar y la lengua para derretirlo con la temperatura del cuerpo, permitiendo que su néctar corriera libremente por la garganta llenando, saturando, inundando, y colmando el alma de placer.
Y eso fue mas o menos lo que se suscito en Verónica (quien comentó que aunque no describiría su sensación de la misma forma, estaba conforme con lo de los pálpitos clitoriános), y solo en ella, pues Lucia padecía de una terrible miopía que le impedía ver una imagen clara a mas de 50 centímetros de distancia, no del todo mal, pues esta característica le incrementó su sensibilidad a los olores, lo cual la llevaba a precipitarse sobre todo macho de fragancia excitante, así se hizo fiel creyente que el olor era una expresión química del cuerpo, la cual podía denotar su estado de salud e intuir el tamaño de su billetera o cuando menos algo de su higiene personal (ella mostraba una gran preferencia por aquellos hombres con la fragancia Live Jazz de Yves Saint Laurent, pero eso es un tema que abordaremos luego). Entonces, Verónica decidió diseñar una estrategia basada en lenguaje corporal que consistía en enviar una serie de miradas esquivas (algo conocido en la práctica como mirar sin mirar) acompañadas de sonrisas coquetas, y de un delicado y elaborado juego corporal que consiste en dar movilidad al cabello usando solo el dedo índice de la mano izquierda, mientras se muerde de manera sutil y delicada el labio inferior, abriendo paso a un rápido movimiento de la lengua sobre el mismo punto donde antes estaban los dientes, todo esto manteniendo erguida la espalda de forma que los pezones de sus senos marquen un ángulo de 23 grados respecto al suelo (que como ya sabemos, el número 23 tiene implicaciones cabalísticas que aunque Verónica ignoraba, llegaba a utilizarlas de manera instintiva).
Lamentablemente la táctica no funcionó, Sebastián no dejaba de ser un niño (encerrado en cuerpo de hombre, pero niño al fin de cuentas), por lo cual Verónica decidió ir directamente a decirle que Lucia y ella irían en la noche al pueblo a tomar algo, y que a ambas les encantaría contar con su amable presencia. El muchacho acepto sin dilaciones (es más, se podría decir que se precipito en su respuesta). Ya en la noche Verónica lo hizo blanco de constantes rondas de cerveza que obligaron a Sebastián a buscar un descampado, para poder alivianar la presión de su vejiga, Verónica lo siguió en silencio, y cuando Sebastián se encontraba en plena tarea fisiológica, se aproximó por su espalda, tomándolo del pene mientras doblaba su lengua bajo el paladar, y produciendo un sonido que se podría escribir como: shhhhh...! Sebastián, quien estaba familiarizado con el sonido, pues él mismo le hacía así a los caballos para calmarlos, se sorprendió al ver como él, sin ser un caballo, se iba calmando mientras Verónica, con su pene en la mano, esperaba con paciencia que terminara de arrojar la orina, para luego sacudírselo, y así extraer las últimas gotas. Sin embargo, aquella sacudida fue convirtiéndose en un acto de masturbación, que fue dejando el pene de Sebastián Baroin erecto, tras lo cual ella se inclinó, introduciéndose el falo en su boca. La excitación dobló de manera inexplicable las rodillas de Sebastián, quien se fue tumbando poco a poco, lejos del charco de orines que había dejado, y una vez cayó al suelo, Verónica se le arrojó encima para follárselo y montarlo como si fuera un caballo, y él se sentía como eso, como un caballo. Sebastián llegó al orgasmo a la brevedad.
Al siguiente día Verónica se levanto y preparo sus cereales con miel y leche, y como siempre salió a la puerta para observar el horizonte cubierto de duraznos, los cuales le daban al entorno un ambiente de felicidad, pero no de una felicidad verdadera, sino una felicidad vacía, vacía como ella, una felicidad hueca, como un recipiente que no guarda nada, solo un interior oscuro donde se acumula el polvo, y donde las arañas se ocultan para emboscar a los insectos, que deciden explorar curiosos aquellos rincones olvidados. Entonces son sorprendidos y envueltos en una fina seda que los inmoviliza ,y luego sienten como un par de puñales los atraviesa, puñales que no son puñales, sino mas bien jeringas, o bueno, quelíceros, que los penetra y se quedan ahí, en lo hondo de sus viseras, para inocular una mortal sustancia que empieza a deshacer su interior. Así, la araña los va succionando poco a poco, hasta dejar solo el exterior acorazado, que se irá descomponiendo muy lentamente, yaciendo casi toda la eternidad como un recipiente vacío, roto, derruido, contenido en otro recipiente ya no vacío, pues se ha ido llenando de cadáveres de todos aquellos que entraron a aquel sitio con la esperanza de descubrir algo, o alguien; un terrorífico museo de la muerte, como si la vida hubiera ido dejando cicatrices cada vez que deseó adueñarse de aquel sitio. Así como ella, que la noche anterior había tomado a Sebastián y le había arrancado de una buena vez esa puta inocencia que lo hacía especial, le hizo una herida honda y profunda en su corazón, una marca que llevaría de por vida, un cicatriz que recordaría por siempre, siempre que estuviera con una mujer, siempre que alguien se la chupara, siempre que le diera ganas de follar, siempre, siempre la recordaría a ella en algún sitio cercano de Montpellier, ella se había tragado su ingenuidad, se la había comido, lo había hecho un cadáver, un cadáver que se había llevado dentro de ella, otro cadáver, un recipiente vacío dentro de otro recipiente vacío... o bueno, ya no tan vacío, llena de semen, semen que se aferraría al ectodermo de su útero y buscaría la forma de vivir en su interior, pero no lo lograría y a final del mes sería expulsado con la sangre de su menstruación, para dejar de nuevo vacío aquel recipiente, y a ella en búsqueda de más semen para poderlo llenar... Si en ese momento Verónica hubiera tenido un cigarrillo hubiera fumado, pero desafortunadamente había hecho la promesa que lo iba a dejar, así que llamo a Lucia para que se fueran a trabajar, quiso gritarle pero jamás le gritaría a Lucia, a Lucía jamás.
Esa misma mañana, cuando Sebastián fue a buscarla, ella intento decirle que no hacía falta, que ya todo había pasado y que lo mejor era que se olvidara de todo, que como si nada hubiera ocurrido; cosa que el muchacho no parecía entender muy bien. Por esta razón, Verónica en su francés, le dijo que lo de ellos había sido solo un polvo, y que lo mejor era que se fuera olvidando de ella de una buena vez porque no le quería volver a ver. El muchacho que sonreía (clara evidencia de que : o el muchacho era un poco obtuso, o que el francés de Verónica no servía para una mierda), lanzo delicadamente un brazo para rodearle la cintura, acercarla a él, y darle un beso; acto que obligó a Verónica a usar lo más fino y selecto de su diplomacia española: "No, coño! que me sueltes y me dejes en paz, vete a la mierda!” esto acompañado de una mirada loca que incitaba a un miedo primitivo, suscitado también por la yugular inflamada y esas manos que se agitaban de manera convulsa.
De esa forma, Verónica observo, sin sentimiento de piedad alguno, como ese niño encerrado en cuerpo de hombre se desgarraba en un llanto lastimero. En ese instante no se inmuto, ni siquiera reflexiono sobre el destino que tendría aquella hermosa criatura, la cual caminaba hacia su motocicleta como quien parte tras su destino. Así, se fue perdiendo en el polvo que iba levantando su paso, con aquel estertor típico de un motor de comprensión y combustión en dos tiempos, y que ella por ignorante jamás llego a comprender. Verónica jamás supo a donde fue a parar ese mocoso inmaduro, obviamente no fue nunca tras de él, sobre todo por temor a terminar besando sus mejillas y secando sus lágrimas , por temor de llegar al punto de llorar con él, y abrazarlo queriendo perpetuar ese instante eternamente; por temor a enamorarse, pero no por pasión, sino por ese puto instinto maternal que aflora a menudo en las mujeres, llevándola a mentirse a sí misma, diciéndose que su vacío había sido llenado, que ya no tendría que huir mas del vértigo, que ya todo había pasado, que sus miedos, que su terror había perecido, que él haría de todo el universo un lugar feliz para ella. Y así, años después se daría cuenta que todo había sido un engaño, que sus nauseas continuaban ahí, que Sebastián, a pesar del paso del tiempo, continuaba siendo un imbécil, dependiente, sumiso, estúpido, no! Eso no! Era preferible hacer sufrir a Sebastián, que supiera lo que es ser hombre, que llorara hasta secarse, que aprendiera que es la soledad, que entendiera que era la libertad, que sufriera, y que comprendiera que son los golpes los que forjan el acero, eso era lo que iba a hacer ella, darle un buen golpe para que se endureciera, para que sobreviviera, para que tuviera fuerza de espíritu, y cautivara no solo por su cara de niña y su cuerpo de Adonis, sino por ser un hombre a cabalidad, un guerrero, un maldito héroe.... En fin, ella ignoraba que su mierda pedagógica iba a costar una vida.
¿A donde van las almas de las adolecentes suicidas? Si no hay cielo, ni infierno, ni ángeles...si ni siquiera existe la nada, pues si la nada existiera sería algo... ¿Será acaso realidad la existencia del alma? ¿O será tan solo un nombre misterioso para el incomprendido fenómeno de la conciencia? Si fuera así, el alma no sería mas que impulsos eléctricos que en ocasiones generan diminutos campos magnéticos que producen la memoria o la sensación de vacío, la no existencia, la angustia que nos lleva a preguntarnos de dónde venimos, quienes somos, y para donde vamos; este vacío o angustia, nos obliga a tomar uno de dos caminos para poder sobrevivirle : El de la fe, donde el destino y los designios místicos guían a los seres (llevándolos en ocasiones a la negación de la libertad y junto a ello a la vida misma). O el camino de la razón, donde solo hay actos y consecuencias, muchas preguntas sin respuestas (y muchas respuestas para preguntas sin importancia), donde los dioses han muerto, y la desesperanza es acogida como la vida misma.
A pesar de todo, ninguno de estos dos caminos es capaz de evitar, a cabalidad, que en numerosas ocasiones la sensación de angustia supere al instinto de supervivencia, es por eso que en las calles, en colinas, y entre duraznos, de cuando en vez se ve caminar adolescentes con sogas anudadas en la mano, buscando ramas que les permitan exterminar la angustia que los desespera. Apagar aquella chispa que brincaba entre sus neuronas, y que les permitía buscar entre laberintos y callejones, los lugares donde guardaban sus sueños y sus ideas, chispa que a su vez le produce aquella terrible desesperanza al ver como caen incendiados aquellos castillos de ilusiones que llegó a imaginarse, y que se niega a aceptar como inexistentes, inmateriales "Primero la muerte!", se dicen "Primero la muerte".
Ahora, no sé si Sebastián se desprendió de aquel dolor, o si en cambio su alma camina ahora maldita por los senderos del purgatorio. Lo que sí sé es que la soga que utilizo no rompió aquella vertebra llamada Atlas dándole una muerte rápida; en cambio, el nudo mal hecho bloqueo el torrente sanguíneo hacia su cabeza, obstruyendo la llegada de oxigeno al cerebro, aplastando a su vez la tráquea y provocando una entrada ineficiente de aire a los pulmones. Esto es grave, por el hecho que somos organismos heterótrofos que necesitan oxígeno para poder transformar en metabolitos y energía el alimento que consumimos. Al no haber oxígeno, gran cantidad de rutas metabólicas quedan bloqueadas y se propicia la incapacidad de las mitocondrias para proporcionar energía; lo cual conlleva a la muerte celular. Así, todo aquel sistema autopoyético, que hacía del cuerpo del aquel bello suicida un organismo funcional, y que estaba conformado de órganos y tejidos para tal fin, fue colapsando uno a uno hasta dejarlo totalmente inservible, eso es lo que conocemos como la muerte. Esto significa terror y dolor evidenciado por la posición de sus manos al ser bajado de aquel durazno. Al morir, un ejército de microbios, hongos, plantas y animales, buscaron utilizar aquel cuerpo inerme como fuente de recursos para perpetuarse durante la eternidad. Así, aquella chispa que junto con sus neuronas, sus riñones, su hígado, sus intestinos, y sus sueños y sus ideas, y todo lo bueno y todo lo malo, terminó siendo alimento para otros seres y otras formas, terminó siendo parte de otras vidas; Sebastián Baroin fue disociado y reducido a su más mínima expresión, haciendo imposible que esos trozos de proteínas, azúcares y lípidos puedan organizarse en lo que otro día lograron hacer, en aquel hermoso Apolo con el azul del océano en sus ojos, que producía orgasmos a su paso y que en su pecho cargaba un frágil e incomprendido corazón. Es por eso que me atrevería a decir entonces, que las “almas” de los adolecentes suicidas no van a ningún lado, tan solo son transformadas, y permanecerán con nosotros por siempre, en ocasiones haciendo parte de nosotros mismos, o en otras haciendo parte de las cosas que nos rodean, he ahí lo hermoso de la vida.